
Al pasar el tiempo llego un momento en que
dentro de las confusiones que se producen en nuestro estado de ánimo, no sabía qué
hacer si pedir volver a sonreír tratando
superar el dolor, al mismo tiempo llegamos a dudar pensando que estábamos traicionando la memoria
del hijo, si sonreír o sentir felicidad dentro de cualquier reunión, pero llego
un momento que dentro mi dolor he comprendido que cada recuerdo de sobre mi
hijo retrata de cuerpo entero esos episodios que tocan nuestra sensibilidad
produciendo mucha tristeza que ayuda al desarrollo interior con nostalgia, alegrías
y palpitaciones en el corazón que me inducen a un estado de pena que ese trance
escondiéndome de los demás familiares,
para no contagiarlos con mi estado en el momento que se desalojan lágrimas que
brotan de mis ojos, atenuando mi dolor, que al pasar me guía a un estadio de tranquilidad espantso, sin
poder entenderlo.
He podido ir superando la situación
tratando de ayudar a otros padres que han pasado recientemente por situaciones similares
a la nuestra, al perdiendo un hijo en circunstancias
parecida o de otra modalidad, pero no importa en la situación que se produzca
el hecho, lo importante es la huella que deja definitivamente en la familia lo que debemos
intentar evitar es que sea lo menos traumática posible en el tiempo, por tanto tratamos de transmitimos con la mayor claridad cómo
deben enfrentar el dolor y el sufrimiento para no seguir culpando al mundo de
esos sufrimientos que encierran pesar, aislamiento y soledad que influyen
en ti impidiendo acercarte a la fe del señor, entendiendo que el sufrimiento solo podemos justificarlos
si vemos algún sentido para ese sacrificio, si estamos buscando un nuevo
sentido a la vida para transformarse en una persona más activa para salir del
rol de victimas del duelo, donde nos enfrentamos a lo mejor y peor de si, para empezar
a luchar por la positividad perdida que
nos proporciona la experiencia de vida permitiéndonos entender que la recuperación
es difícil, si buscamos pensar, entender y comprender solo desde la mente,
estos cuestionamientos pueden materializarse mediante razonamientos más profundos ubicados
en el corazón para que este hable y genere respuestas sobre la vida y la muerte
de nuestros hijos.
Es importante saber que llega un momento
que los dolientes comprenden que cada minuto después de aislamiento es un
minuto precioso e irrepetible que debe ser compartido con los demás y en ese
preciso momento empezamos a dejar de recordar la perdida para recordar la persona, ya no como presente si no
como ausente evocándola con cariño y nostalgia sin que sus recuerdos sean un obstáculo
para el crecimiento personal entendiendo que el dolor nos hace crecer y madurar
haciéndonos mejores personas, haciendo que los recuerdos que siempre te
acompañaran no te impidan disfrutar, sonreír y desarrollarte como ser humano
para tener la oportunidad de ser sensible a la sonrisa de un niño, a la belleza
de las montañas, a la nobleza de un atardecer, al milagro de la naturaleza y al
dolor ajeno, descubriendo que cada segundo de la vida es irrepetible para
compartirlo, amarlos, disfrutarlo, vivirlo, conversarlo y perdonar sin dejarlo
para después por que estos son parte de ese torrente liquido en movimiento de
vida que no podemos influir para cambiar su curso, ya que estaríamos negando la
voluntad de Dios, aun que nuestro corazón estuviera roto por el dolor. Debemos
ver esta prueba no como un castigo de Dios, es precisamente todo lo
contrario es una manifestación de amor, entendido con el tiempo y soportado por
la fe, para poder entender el fenómeno de la muerte al permitirnos desterrar
mitos y tabúes que no son otra cosa que el resultado vivido respeto de la
realidad de la muerte.
Finalmente nos gustaría siempre estar en
contacto con padres, que como nosotros hayan pasado por la difícil situación
de perder un hijo, para compartir experiencias que puedan ayudar a aminorar su
carga de dolor y sufrimiento, para seguir viviendo y hacerle la vida posible a
los demás.
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