Saul Pimente
Los peledeístas Roberto Salcedo, Juan de los Santos y Jesús Feliz así como el perredeísta Francisco Peña no han sido malos síndicos. Ciertamente, han recuperado decenas de parques, isletas, plazoletas y otras áreas públicas que estaban en abandono, y habilitado otras. Gracias a la labor desarrollada en sus respectivas jurisdicciones (el Distrito Nacional, Santo Domingo Este, Santo Domingo Norte y Santo Domingo Oeste) la ciudad presenta una nueva cara de la cual muchos de sus moradores nos sentimos orgullosos.
Sus gestiones, sin embargo, no han sido excelentes debido a que no han podido controlar el problema de la acumulación de basuras y ni siquiera empezado a dar el frente a otros males tan vitales e importantes como son los del crecimiento anárquico y del drenaje pluvial. Se han limitado a construir obras decorativas, las cuales –dicho sea paso- nadie exigía ni necesitaba.
Con 514 años de fundada, Santo Domingo sigue siendo una ciudad sucia y desordenada. Ni los síndicos mencionados ni quienes les antecedieron han elaborado un efectivo plan de recogida de basuras. Tampoco han educado a la población sobre cómo depositar los desperdicios, los cuales abundan incluso en las zonas donde a diario acuden turistas extranjeros. Los integrantes de las brigadas de limpieza que esporádicamente son enviadas a recogerlos, se ven precisados a realizar esta labor “a mano pelá”, ya que no tienen ni siquiera guantes y mucho menos equipos.
La Capital, asimismo, sigue creciendo en forma desorbitada, con el consecuente trastorno que ello ocasiona a los servicios de agua y electricidad. No hay control en la construcción de torres de apartamentos. Y ¿qué decir de las rústicas casuchas que, como hongos después de la lluvia, han sido levantadas en toda la periferia de la ciudad, incluyendo en pequeños cerros de terrenos arcillosos?.
En la ciudad persisten y se incrementan los problemas de drenaje pluvial de hace 20 años, los cuales se han convertido en el “pan nuestro de cada día”.
Llora en la presencia de Dios que las aguas de las cloacas desemboquen todas en los ríos Ozama y Haina, así como en el mar Caribe, lo que convierte a estos últimos entre los más contaminados del mundo.
También se mantienen inalterables los problemas del tránsito, de los mercados y de los cementerios.
Sería más que interesante que en vez de hablar de “ciudad posible”, de “la esperanza” de la Capital, de que “fulanito se queda” y de otras naderías por el estilo, nuestros aspirantes a alcaldes se refirieran al necesario Plan Regulador de la Ciudad, del cual se está hablando desde la década de los 70 sin que se haya hecho nada al respecto.
El mejor candidato será indiscutiblemente quien mejor aborde temas de urbanismo y quien ofrezca la más completa oferta para resolver de una vez los problemas mencionados. Además, quien logre el mayor concierto de voluntades para convertir a Santo Domingo en una metrópoli, con proyecciones para los próximos cien años.
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