4/26/2010

A propósito de tontos e idiotas


Hugo Tolentino Dipp


Las declaraciones del señor Neney Cabrera aparecidas en el diario Hoy del día de ayer vienen a confirmar las que yo expresara el día anterior en el mismo diario. Comprendo que se haya molestado, puesto que fueron dirigidas específicamente a su persona.

Todo este asunto se ha suscitado, precisamente, porque ese señor, y algunos más, tienen la creencia de que si Miguel Vargas Maldonado tiene el favor de la mayoría de la militancia y de los simpatizantes del Partido Revolucionario Dominicano, los demás perredeístas deben someterse a sus dictados.

Es decir, son esos tontos e idiotas los que fuerzan de manera cotidiana para que se actúe de esa suerte. Hasta ahora no ha habido manera de hacerles comprender que ese sectarismo, esa petulancia, es dañina en un partido que se ha caracterizado por ser una escuela de libertad, de pensamiento crítico, de pluralidad en la interpretación de sus fundamentos ideológicos.

En un partido político democrático, como lo ha sido siempre el Partido Revolucionario Dominicano, la mayoría es la condición primaria para la validación de las decisiones de sus organismos, pero para que esa condición surta el efecto deseado es preciso aplicarla sin ánimo de aplastar, de avasallar a los disidentes. La democracia no sólo se expresa a través de la mayoría sino también mediante el ejercicio de una conducta humana en la que primen valores humanitarios y solidarios como el derecho a la libertad de expresión y el respeto a la opinión ajena.

Y esto debe ser así porque el líder, el cabeza de una organización, debe comprender que no es un mazo lo que le ha entregado la mayoría, sino una balanza, en la que el peso menor forma parte obligada, indispensable, para calibrar con justeza un determinado resultado.

De allí que una de las definiciones de la palabra equilibrio del Diccionario de la Real Academia expresa lo siguiente: “Ecuanimidad, mesura, sensatez en los actos y juicios”.

De estas cosas le he hablado yo a Miguel Vargas, lo hice una vez en presencia de testigos, manifestándole que me preocupaban algunas de las actitudes de algunas de las personas que le rodeaban. Esa opinión no tenía nada de chisme, no tengo el hábito de valerme de argumentos de esa naturaleza para hacerle daño a nadie. Mi convicción se fundamentaba en la experiencia que en aquel momento estaba viviendo como Presidente de la Décimo Octava Convención y en el alejamiento que se estaba produciendo en unas frente a otras de las corrientes existentes en el Partido Revolucionario Dominicano. Me dan por valedero frente a ese problema los múltiples resabios que ha tenido que ventilar la Junta Central Electoral a propósito de las candidaturas.

Estoy convencido de que el tema de mi candidatura para una diputación nacional forma parte de esa situación, la cual no puede ser interpretada sino como una manifestación de intransigencia, de falta de comprensión de las relaciones que deben prevalecer entre los miembros de un partido democrático.

Nadie ignora que he sido un abanderado del diálogo y de la unidad basada en los principios. Nadie ignora que he propugnado por una distribución de las posiciones políticas, véase las reservas, de manera proporcional y equitativa.

Estoy en la mejor disposición para ser un elemento de conciliación de todas las corrientes. Y estoy convencido de que eso es lo que desea la mayoría del Partido Revolucionario Dominicano. No debemos entonces desperdiciar esa voluntad haciendo interpretaciones equívocas y equivocadas de su verdadero querer. Más allá de las candidaturas de una u otra corriente debe imponerse el interés del partido, que a mi parecer es el más cercano al interés de la Nación dominicana.

Todos los perredeístas debemos reflexionar en este sentido. Por encima de corrientes y tendencias, mayoritarias o no, está el interés de los militantes y simpatizantes del Partido Revolucionario Dominicano, interés que no es otro sino el de la unidad, para poder quitarnos de encima tanta corrupción, tanto narcotráfico, tanta promesa falsa, tanta mentira, tanta insolencia y pedantería, tanta pérdida de los valores morales, tanta inseguridad, tanta complicidad de las instituciones y los funcionarios con el crimen y la violación de los derechos humanos.

A propósito, decía José Ingenieros, tan olvidado y tan desconocido por tantos, que "jóvenes son los que no tienen complicidad con el pasado".

Santo Domingo, R.D., viernes, 16 de abril de 2010

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